Hay ciertas cosas que nuestra moderna sociedad no puede permitir de ninguna de las maneras. Una de ellas es el abandono de las personas ancianas, que en España está sufriendo un aumento tan preocupante como denunciable. Los más mayores son personas propensas a sufrir todo tipo de accidentes, enfermedades y descuidos. Por eso necesitan a alguien cerca, alguien que les ayude a hacer de la vida algo mejor y que les garantice seguridad.
Afortunadamente, existe en España un capital humano que se encuentra especializado en el trato y en el cuidado de nuestros ancianos. Se trata de gente que realiza una función social impagable, una función que consiste en prestar ayuda a quien más lo necesita para evitar su soledad y su desamparo. Y es que de no ser por ellos existiría un grupo de personas que permanecerían al margen de todo y de todos.
Álex es uno de mis mejores amigos. Su abuela enviudó el año pasado y, desde entonces, la mujer había sufrido un bajón físico, mental y, en definitiva, en cuanto a salud. Él, que hablaba conmigo prácticamente a diario sobre el tema, me contó que su padre, tíos y tías estaban pensando en enviar a la abuela a una residencia, puesto que todos trabajaban y ninguno era capaz de proporcionarle a la mujer los servicios que su estado demandaba.
Sin embargo, y siempre según las palabras de Álex, todavía no lo habían hecho porque no encontraban una residencia que cumpliera con los requisitos que pedían. En concreto, querían un lugar que contara con especialistas en diferentes campos: médicos, enfermeros, cocineros y, por supuesto, educadores, personas que realizan una labor fundamental para evitar enfermedades como el Alzheimer. Era evidente que el padre y los tíos de Álex querían una atención de primera calidad para la abuela. Algo completamente normal pero que no es fácil de encontrar.
Después de preguntar por diferentes vías y obtener algunas respuestas poco fructíferas, la familia de Álex dio con San Vital, una residencia de ancianos en la que profesionales dedicados a diferentes ramas de la medicina o del ocio cuidaban de los más mayores. Todos habían oído maravillas acerca de dicha residencia y no era raro recoger un testimonio que asegurara que en la residencia podía alcanzarse una felicidad plena y una socialización espléndida con los demás internos y los cuidadores.
El padre y los tíos de Álex no se lo pensaron dos veces. Se trasladaron a la residencia y hablaron del asunto con los administradores. Al preguntar por las tarifas se llevaron una grata sorpresa, ya que los precios eran muy inferiores a otras residencias cercanas y la calidad de los cuidados aparentemente más alta. La familia tomó una decisión: la abuela se trasladaría a San Vital en un plazo inferior a una semana.
Una estancia segura y feliz
Faltaba por comprobar cómo se adaptaba la mujer en un entorno completamente diferente al que estaba acostumbrada. En ocasiones una persona no está cómoda en un lugar aunque disponga de los mejores tratos y profesionales a su alrededor. Es algo que, aunque parece inevitable, no ocurre en San Vital. Allí, la abuela ha encajado a la perfección. Ha conseguido hacer buenos amigos y amigas, tanto de la plantilla de la residencia como del conjunto de los usuarios que la componen.
Y es que con esa atención es muy difícil no sentirse como en casa. Allí, los ancianos tienen un médico especializado en temas como la artritis y problemas de movilidad, un mal que afecta a muchos de los allí presentes. Por otra parte, existe un psiquiatra, encargado de detectar cualquier problema que tenga que ver con la posible aparición del Alzheimer. También hay gente encargada de organizar actividades de ocio, destinadas a que no todos los días sean iguales para los ancianos. En definitiva, en la residencia lo que existe es una gran familia, en la que nadie queda marginado y en la que todo el mundo es feliz y está atendido minuto a minuto.